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En la vida siempre pensamos que lo más difícil es crear algo desde cero. Yo también lo creo. Sin embargo, cuando esa primera parte es tan brillante resulta terriblemente complicado mantener el nivel. Ori and the Blind Forest fue una obra que bebiendo de muchos videojuegos del género consiguió crear algo inolvidable. Mágico de inicio a fin. Era 2015.

5 años después, Moon Studios regresa con una segunda parte impecable (disponible desde el 11 de marzo en Xbox One y Windows 10) que no solo mantiene el nivel sino que supera a su predecesor. Más ambicioso en cada uno de sus apartados, desde la historia, una jugabilidad más suave y cuidada o mayor duración, hasta el apartado artístico, donde resulta tan abrumador que de seguro de aquí en adelante serán los demás estudios los que beban de este Ori que ha crecido y madurado hasta alcanzar un nivel de excelencia muy alto. Por supuesto es justo reconocer que el estudio es ahora casi cinco veces mayor y que Microsoft ha puesto un gran empeño tanto económico como de confianza para que Ori and the Will of the Wisps nos recuerde que la Xbox One también tiene grandes exclusivos que justifican su compra.

La historia prácticamente inicia donde terminó la primera parte, con Ku, la cría de búho rescatada y acogida por Ori, Naru y Gumo recién salida del cascarón en el bosque de Nibel. Como en todas las historias felices, la paz no dura mucho y una tormenta los separa a todos por el extenso mundo, el cual es más de tres veces mayor que el primer juego. Ahora, Ori tiene que encontrar a Ku y volver a encontrar una explicación al caos y podredumbre que puebla las tierras, haciendo de este un lugar inhóspito donde las aguas están putrefactas y todo está cubierto de espinas.

Pronto nos damos cuenta de los cambios jugables que trae este Ori. El más llamativo es precisamente el que más flojeaba en la primera entrega, el combate. Esta vez, no consistirá en aporrear un botón sino que contaremos con un sable de luz y un arco a los que se sumarán otro tipo de armas durante el juego. Esto consigue que el juego se vuelva más dinámico, variado e incluso justo. Ahora somos nosotros los que decidimos cómo afrontar cada combate, ya sea desde la distancia o desde espacios más reducidos. La espada se siente muy gratificante, en especial cuando has jugado a la anterior entrega poco antes. Ori se siente poderoso, ágil, incluso temible. Sin embargo, los enemigos también se han preparado para la ocasión y nos lo pondrán realmente complicado. Algunos poseen duras corazas, otros saltan sobre nosotros e incluso hay enemigos que disparan desde la distancia. Y lo más importante y como novedad; en cada región tendremos el correspondiente boss o jefe final que sin suponer un plus con respecto a la dificultad que podemos encontrar durante la travesía, son espectaculares y muy divertidos de eliminar.

Otro punto llamativo es el sistema de guardado. Odiado por unos, venerado por otros, el primer Ori nos daba la opción de gestionar nuestros propios guardados. Reconozco que en un primer momento fui de los que odiaba este sistema, pero acabé enamorado de él, a fin de cuentas, yo podía determinar el momento y la gestión de mis puntos de guardado. Esta vez, esto se lo han ventilado de un plumazo y han implementado un sistema de autoguardado convencional en el que cada poco tiempo se van generando puntos de guardado. Gustándome más la idea anterior, hay que reconocer que está perfectamente implementado.

Como ya he comentado, este mundo es mucho mayor, y eso viene acompañado de otra importante novedad, las misiones secundarias. Esta vez, tendremos repartidos por todo el mundo a muchísimos personajes secundarios que nos ofrecerán todo tipo de misiones y encargos con los que ganar células de vida y energía, fragmentos con los que equipar mejoras y habilidades y por supuesto, la oportunidad de conocer las historias de otros personajes.

Junto a la trama principal, que puede llevar de 12 a 15 horas, y las tramas secundarias, vamos a disponer de dos tipos de retos con los que alargar la experiencia. Uno serán los santuarios, en los que tendremos que derrotar una serie de oleadas de enemigos, y el otro serán carreras espirituales donde tendremos que hacer un recorrido a contrarreloj.

Por eso, sí queremos completar todo el juego la duración se puede disparar hasta las 20 horas, algo para nada desdeñable, y más teniendo en cuenta que el juego está desde el primer día disponible en el Xbox Game Pass.

Nos encontramos con un sistema de progresión que nos permitirá desbloquear todo un abanico de mejoras, desde tener mayor salud o poder de ataque hasta modificar las armas o las habilidades de plataformeo, sin olvidar que algunas mejoras traen a la par penalizaciones. El juego, en la máxima dificultad puede suponer un reto para los menos entrenados, así que recomiendo jugarlo en normal para un total disfrute de la aventura donde por encima del combate, de la historia y de los personajes, hay un protagonista: El apartado artístico.

Y es que se puede poner en duda si la jugabilidad aporta novedades al género o si la historia es muy plana y ya vista anteriormente, pero en lo que absolutamente nadie puede poner un pero es a la abrumadora puesta en escena del juego, un orgasmo sensorial con una armonía total entre sonido y fotogramas que nos van a dejar con la boca abierta. Tal vez sea exagerado afirmar que es el videojuego más bello jamás creado, pero desde luego que si no lo es, tampoco está lejos. En lo sonoro destacar un trabajo que nos transporta de la tristeza y melancolía a estados de solemnidad y alegría constantemente. Gareth Coker nos sumerge en un mar de melodías que mecen y susurran el viento al compás de nuestro caminar. La sensación de movernos a la par de las melodías que suenan es impresionante, en especial cuando suena el tema principal de la banda sonora.

Visualmente cada entorno brilla con luz propia. Durante la aventura vamos a visitar todo tipo de lugares, con nieve, fuego, agua, oscuridad o arena. No hay espacio para el acomode visual. Cuando dejas de abrir la boca aparece un nuevo y mágico lugar con un diseño de escenario totalmente apabullante que nos reengancha nuevamente a ese festival de luz, color y detalle, ya sean en primer o segundo plano. Todo, absolutamente todo lo que se muestra en pantalla es precioso, ver las ramas de los árboles mecerse cuando Ori las pisa, el sonido de una piedra rodando colina abajo o el calor de las llamas. Volvemos a contar con huidas a toda velocidad en las que Ori deberá escapar de enemigos mortales. Alguna puede suponer un auténtico reto, pero es tal el derroche técnico en las mismas que no nos dolerá tener que reiniciar la huida nuevamente.

La nota negativa son los problemas técnicos con los que el juego salió en un primer momento al mercado. Cuelgues, micro-congelaciones, caídas bestiales de frames en determinados lugares etc. Por suerte y tras varias actualizaciones, el juego se siente plenamente jugable incluso en la Xbox One S, que fue la que peor parada salió.

Poco más cabe decir sobre este fantástico mundo creado por Moon Studios. La fórmula es continuista pero crece en absolutamente todos sus apartados. Si gustó el primero este también gustará, y si no, al menos dadle una oportunidad porque es un total derroche artístico como no hemos visto antes. Si no era ya un referente en el género de plataformas y ‘metroidvania’ con la primera entrega, éste confirma que con el paso de los años echaremos la mirada atrás para concebir a Ori como un juego clásico que marcó un antes y un después. Inolvidable de inicio a fin.

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